La Estación se celebra en la Iglesia de San Clemente Papa. Es el templo que entre todas las Iglesias de Roma ha conservado mejor la antigua disposición de las primeras basílicas cristianas. Bajo su altar descansa el cuerpo del santo Patrono con los restos de San Ignacio de Antioquía y del cónsul San Flavio Clemente.
Suplicámoste, oh Dios omnipotente, hagas que tu familia, que, afligiendo su carne, se abstiene de alimentos, siguiendo la justicia, ayune también de pecado. Por el Señor.
Lección del Profeta Daniel.
En aquellos días oró Daniel al Señor, diciendo: Señor, Dios nuestro, que sacaste a tu pueblo de la tierra de Egipto con mano fuerte, y adquiriste el renombre que ahora tienes: hemos pecado, hemos cometido iniquidad contra toda tu justicia, Señor: apártese, te lo suplico, tu ira, y tu furor, de Jerusalén, tu ciudad, y de tu santo monte. Porque, por nuestros pecados, y por las iniquidades de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo se han convertido en oprobio de todos los que viven en torno nuestro. Ahora, pues, escucha, oh Dios nuestro, la oración de tu siervo, y sus ruegos: y, por ti mismo, muestra tu rostro sobre tu santuario, que está desierto. Inclina, Dios mío tu oído, y oye: abre tus ojos, y mira nuestra desolación, y la ciudad sobre la cual ha sido invocado tu nombre: porque no derramamos nuestros ruegos ante tu acatamiento fiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias. Oye, Señor; ¡aplácate, Señor: atiende y haz; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío: porque tu nombre ha sido invocado sobre la ciudad, y sobre tu pueblo, Señor, Dios nuestro.
CASTIGO DEL PUEBLO JUDÍO. — Esta súplica que Daniel dirigía a Dios desde su cautiverio de Babilonia, fue atendida, y después de setenta años; de destierro volvió a ver Israel su patria, reconstruyó el templo del Señor y reanudó el curso de sus destinos. Mas he aquí que todavía hoy después de diez y nueve siglos, estas palabras del profeta no son más que una descripción vaga de la nueva desolación que abruma a Israel. El furor de Dios planea sobre Jerusalén; hasta las mismas ruinas del templo han desaparecido, el pueblo sigue viviendo dispersado sobre la haz de la tierra y hecho espectáculo de las naciones. Una maldición pesa sobre él; anda errante como Caín; mas Dios vela para que jamás sea aniquilado. Problema terrible de la ciencia racionalista, pero a los ojos del cristiano castigo visible y continuo del más grande de los crímenes. Tal es la explicación de este fenómeno: "la luz ha brillado en medio de las tinieblas y las tinieblas no la entendieron (Joa., I, 5,)". Si las tinieblas la hubieran aceptado, hoy no serían ya tinieblas; pero no fue así; Israel mereció su abandono. Algunos de sus hijos han reconocido al Justo, y han llegado a ser hijos de la luz, y precisamente ellos son el más claro testigo de la luz en el mundo entero. ¿Cuándo abrirá los ojos el resto de Israel? ¿Cuándo consentirá ese pueblo dirigir al Señor la oración de Daniel? La posee, la lee a menudo, pero no penetra en su corazón cerrado por el orgullo. Nosotros, los últimos vastagos de la familia roguemos por nuestros hermanos mayores. Algunos de entre ellos se separan cada año de la masa maldita; se llegan a pedir a Jesús les admita en la nueva Jerusalén: ¡Bendita sea su llegada! Y, dígnese el Señor en su bondad hacer que su número se acreciente más y más a fin de que toda criatura humana adore en todo lugar al Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob con su Hijo Jesucristo a quien Él envió.
Continuación del santo Evangelio según S. Juan.
En aquel tiempo dijo Jesús a las turbas de los judíos: Yo me voy, y me buscaréis, y moriréis en vuestro pecado. Donde yo voy, vosotros no podéis ir. Dijeron entonces los judíos: ¿Acaso se suicidará? Porque ha dicho: Donde yo voy, vosotros no podéis ir. Y díjoles: Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Por eso os he dicho que moriréis en vuestros pecados: porque, si no creyereis lo que yo soy, moriréis en vuestro pecado. Díjeronle ellos: ¿Tú quién eres? Díjoles Jesús: El Principio, y el mismo que os estoy hablando. Muchas cosas tengo que decir y juzgar de vosotros. Pero, el que me envió, es veraz: y yo, lo que oí de Él, eso hablo en el mundo. Y no conocieron que llamaba Padre suyo a Dios: Díjoles, pues, Jesús: Cuando levantéis al Hijo del hombre, entonces conoceréis quién soy yo, y que nada hago por mí mismo, sino que, lo que me enseñó mi Padre, eso hablo: y, el que me envió, está conmigo, y no me dejó solo: porque yo hago siempre lo que a Él le place.
CRISTO SE ALEJA DE LOS JUDÍOS. — Me voy; terrible palabra; Jesús vino a salvar a ese pueblo y no reparó en medios para probarle que le amaba. Días atrás vimos que rechazaba a la Cananea y decía no había venido más que para las ovejas extraviadas de la casa de Israel; y estas ovejas perdidas desconocen su pastor. Advierte a los judíos que pronto se va a retirar y no podrán seguirle adonde va; y esta palabra no les dice nada. Sus obras atestiguan que ha bajado del cielo, pero ellos sólo sueñan en la tierra; cifran todas sus esperanzas en un Mesías terrestre y glorioso como un Conquistador. En valde pasa Jesús por entre ellos obrando el bien (Act., X, 38); en vano se somete la naturaleza a sus leyes, en vano su sabiduría y doctrina sobrepujan a cuanto los hombres han oído de sublime y bello; Israel está sordo y ciego. Las pasiones más feroces penetran en sus corazones; no se saciarán sino el día en que la Sinagoga pueda lavar sus manos en la sangre del Justo. Pero en ese día se colmará la medida y la cólera divina ejercerá ejemplar venganza, cuyo eco resonará a través de todos los siglos. Tiembla uno de espanto pensando en los horrores del sitio de Jerusalén, en el exterminio de la ciudad y del pueblo que pidió a gritos la muerte de Jesús. El Salvador mismo nos advierte que desde el principio del mundo no se ha visto ni el correr de los siglos venideros hará ver tan espeluznante desastre. Paciente es Dios, aguarda longánimo, pero cuando estalla su furor largo tiempo contenido, arrastra todo por delante y los monumentos de sus venganzas son el espanto de las generaciones sucesivas.
...Y DE LOS PECADORES: — Oh pecadores que hasta la fecha no habéis parado mientes en las admoniciones de la Iglesia, que no habéis pensado todavía en convertir vuestro corazón al Señor vuestro Dios, temblad ante esta palabra: Me voy. Si esta Cuaresma se desliza como las otras, sin haberos convertido tened por cierto que os atañe esta amenaza: moriréis en vuestro pecado. ¿Querréis pedir también vosotros dentro de unos días la muerte del Justo? ¿Gritaréis también: Sea crucificado? ¡Cuidado! Aplastó a todo un pueblo, pueblo al que colmara de favores, pueblo al que mil veces había protegido y salvado; no os ilusionéis que os dará a vosotros largas. Es menester que Cristo triunfe, si no por la misericordia triunfará por la justicia.
¡Humillad vuestras cabezas a Dios!
Escucha nuestras súplicas, oh Dios omnipotente: y, a los que haces confiar en tu prometida piedad, dales benigno el premio de tu acostumbrada misericordia. Por el Señor.
COLECTA
Suplicámoste, oh Dios omnipotente, hagas que tu familia, que, afligiendo su carne, se abstiene de alimentos, siguiendo la justicia, ayune también de pecado. Por el Señor.
EPÍSTOLA
Lección del Profeta Daniel.
En aquellos días oró Daniel al Señor, diciendo: Señor, Dios nuestro, que sacaste a tu pueblo de la tierra de Egipto con mano fuerte, y adquiriste el renombre que ahora tienes: hemos pecado, hemos cometido iniquidad contra toda tu justicia, Señor: apártese, te lo suplico, tu ira, y tu furor, de Jerusalén, tu ciudad, y de tu santo monte. Porque, por nuestros pecados, y por las iniquidades de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo se han convertido en oprobio de todos los que viven en torno nuestro. Ahora, pues, escucha, oh Dios nuestro, la oración de tu siervo, y sus ruegos: y, por ti mismo, muestra tu rostro sobre tu santuario, que está desierto. Inclina, Dios mío tu oído, y oye: abre tus ojos, y mira nuestra desolación, y la ciudad sobre la cual ha sido invocado tu nombre: porque no derramamos nuestros ruegos ante tu acatamiento fiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias. Oye, Señor; ¡aplácate, Señor: atiende y haz; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío: porque tu nombre ha sido invocado sobre la ciudad, y sobre tu pueblo, Señor, Dios nuestro.
CASTIGO DEL PUEBLO JUDÍO. — Esta súplica que Daniel dirigía a Dios desde su cautiverio de Babilonia, fue atendida, y después de setenta años; de destierro volvió a ver Israel su patria, reconstruyó el templo del Señor y reanudó el curso de sus destinos. Mas he aquí que todavía hoy después de diez y nueve siglos, estas palabras del profeta no son más que una descripción vaga de la nueva desolación que abruma a Israel. El furor de Dios planea sobre Jerusalén; hasta las mismas ruinas del templo han desaparecido, el pueblo sigue viviendo dispersado sobre la haz de la tierra y hecho espectáculo de las naciones. Una maldición pesa sobre él; anda errante como Caín; mas Dios vela para que jamás sea aniquilado. Problema terrible de la ciencia racionalista, pero a los ojos del cristiano castigo visible y continuo del más grande de los crímenes. Tal es la explicación de este fenómeno: "la luz ha brillado en medio de las tinieblas y las tinieblas no la entendieron (Joa., I, 5,)". Si las tinieblas la hubieran aceptado, hoy no serían ya tinieblas; pero no fue así; Israel mereció su abandono. Algunos de sus hijos han reconocido al Justo, y han llegado a ser hijos de la luz, y precisamente ellos son el más claro testigo de la luz en el mundo entero. ¿Cuándo abrirá los ojos el resto de Israel? ¿Cuándo consentirá ese pueblo dirigir al Señor la oración de Daniel? La posee, la lee a menudo, pero no penetra en su corazón cerrado por el orgullo. Nosotros, los últimos vastagos de la familia roguemos por nuestros hermanos mayores. Algunos de entre ellos se separan cada año de la masa maldita; se llegan a pedir a Jesús les admita en la nueva Jerusalén: ¡Bendita sea su llegada! Y, dígnese el Señor en su bondad hacer que su número se acreciente más y más a fin de que toda criatura humana adore en todo lugar al Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob con su Hijo Jesucristo a quien Él envió.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según S. Juan.
En aquel tiempo dijo Jesús a las turbas de los judíos: Yo me voy, y me buscaréis, y moriréis en vuestro pecado. Donde yo voy, vosotros no podéis ir. Dijeron entonces los judíos: ¿Acaso se suicidará? Porque ha dicho: Donde yo voy, vosotros no podéis ir. Y díjoles: Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Por eso os he dicho que moriréis en vuestros pecados: porque, si no creyereis lo que yo soy, moriréis en vuestro pecado. Díjeronle ellos: ¿Tú quién eres? Díjoles Jesús: El Principio, y el mismo que os estoy hablando. Muchas cosas tengo que decir y juzgar de vosotros. Pero, el que me envió, es veraz: y yo, lo que oí de Él, eso hablo en el mundo. Y no conocieron que llamaba Padre suyo a Dios: Díjoles, pues, Jesús: Cuando levantéis al Hijo del hombre, entonces conoceréis quién soy yo, y que nada hago por mí mismo, sino que, lo que me enseñó mi Padre, eso hablo: y, el que me envió, está conmigo, y no me dejó solo: porque yo hago siempre lo que a Él le place.
CRISTO SE ALEJA DE LOS JUDÍOS. — Me voy; terrible palabra; Jesús vino a salvar a ese pueblo y no reparó en medios para probarle que le amaba. Días atrás vimos que rechazaba a la Cananea y decía no había venido más que para las ovejas extraviadas de la casa de Israel; y estas ovejas perdidas desconocen su pastor. Advierte a los judíos que pronto se va a retirar y no podrán seguirle adonde va; y esta palabra no les dice nada. Sus obras atestiguan que ha bajado del cielo, pero ellos sólo sueñan en la tierra; cifran todas sus esperanzas en un Mesías terrestre y glorioso como un Conquistador. En valde pasa Jesús por entre ellos obrando el bien (Act., X, 38); en vano se somete la naturaleza a sus leyes, en vano su sabiduría y doctrina sobrepujan a cuanto los hombres han oído de sublime y bello; Israel está sordo y ciego. Las pasiones más feroces penetran en sus corazones; no se saciarán sino el día en que la Sinagoga pueda lavar sus manos en la sangre del Justo. Pero en ese día se colmará la medida y la cólera divina ejercerá ejemplar venganza, cuyo eco resonará a través de todos los siglos. Tiembla uno de espanto pensando en los horrores del sitio de Jerusalén, en el exterminio de la ciudad y del pueblo que pidió a gritos la muerte de Jesús. El Salvador mismo nos advierte que desde el principio del mundo no se ha visto ni el correr de los siglos venideros hará ver tan espeluznante desastre. Paciente es Dios, aguarda longánimo, pero cuando estalla su furor largo tiempo contenido, arrastra todo por delante y los monumentos de sus venganzas son el espanto de las generaciones sucesivas.
...Y DE LOS PECADORES: — Oh pecadores que hasta la fecha no habéis parado mientes en las admoniciones de la Iglesia, que no habéis pensado todavía en convertir vuestro corazón al Señor vuestro Dios, temblad ante esta palabra: Me voy. Si esta Cuaresma se desliza como las otras, sin haberos convertido tened por cierto que os atañe esta amenaza: moriréis en vuestro pecado. ¿Querréis pedir también vosotros dentro de unos días la muerte del Justo? ¿Gritaréis también: Sea crucificado? ¡Cuidado! Aplastó a todo un pueblo, pueblo al que colmara de favores, pueblo al que mil veces había protegido y salvado; no os ilusionéis que os dará a vosotros largas. Es menester que Cristo triunfe, si no por la misericordia triunfará por la justicia.
¡Humillad vuestras cabezas a Dios!
ORACIÓN
Escucha nuestras súplicas, oh Dios omnipotente: y, a los que haces confiar en tu prometida piedad, dales benigno el premio de tu acostumbrada misericordia. Por el Señor.
Año Litúrgico de Dom Guéranger
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