Tal como el Espíritu Santo no llama a todas las almas a brillar de igual manera por las mismas virtudes, igualmente, en materia de devoción particular, les deja una santa libertad, que nosotros mismos debemos respetar cuidadosamente. Hay almas que se sienten empujadas a honrar especialmente los misterios de la infancia de Jesús; otros, son atraídos por los encantos interiores de su vida oculta; otros no pueden desprenderse de la meditación de la Pasión.
Sin embargo, la devoción al corazón sagrado de Jesús es una de las que debieran sernos más queridas. ¿Por qué? Porque honra al Cristo Jesús no tanto en uno de sus estados o de sus misterios particulares, sino en la generalidad y en la totalidad de su amor, de ese amor en el que todos los misterios encuentran su explicación más profunda. Aunque esté especial y netamente caracterizada, esta devoción reviste, pues algo de universal: honrando al corazón de Cristo, no es al Jesús Niño, adolescente o víctima que se dirigen nuestros homenajes, sino a la persona de Jesús en la plenitud de su amor.
Además, la practica general de esta devoción, tiende, en último análisis, a volver al Señor amor por amor: Movet nos ad amandum mutuo(1); a coger toda nuestra actividad para penetrarla de amor con el fin de complacer a Cristo Jesús; los ejercicios particulares no son sino proyectos para expresar a nuestro divino maestro esta reciprocidad de amor.
Éste es un efecto preciosísimo de esta devoción. Porque toda la religión cristiana se orienta para nosotros hacia ese punto: entregarnos por amor al servicio de Cristo y, por él al Padre y su común Espíritu. Este punto es de una importancia capital, y quiero, para terminar esta meditación hacer algunos comentarios.
Es una verdad, confirmada por la experiencia de las almas, que nuestra vida espiritual depende, en gran parte, de la idea que nos hacemos habitualmente de Dios.
Hay entre nosotros y Dios relaciones fundamentales, basadas en nuestra naturaleza de criatura; existen relaciones morales que resultan de nuestra actitud hacia él y ésta actitud es, la mayor parte del tiempo, condicionada por la idea que tenemos de Dios.
Si nos hacemos de Dios una idea falsa, nuestros esfuerzos para avanzar serán a menudo vanos y estériles, porque se producirán fuera del camino; si tenemos una idea incompleta, nuestra vida espiritual estará llena de lagunas y de imperfecciones; si nuestra idea de Dios es verdadera –tan verdadera como sea posible aquí abajo a una pretura que vive de la fe, nuestra alma se abrirá, con toda certeza a la luz.
Esta idea habitual que nos hacemos de Dios es, pues, la llave de nuestra vida interior, no sólo porque regula nuestra conducta hacia Él, sino también porque, a menudo, determina la actitud de Dios mismo respecto de nosotros; en muchos casos, Dios nos trata como lo tratamos.
Pero, me dirán, la gracia santificante no hace de nosotros hijos de Dios? Ciertamente, sin embargo, en la práctica, hay almas que no actúan como hijos adoptivos del Padre eterno. Se diría que esta condición de hijos de Dios no tiene para ellos sino u valor nominal; no comprenden que ese es un estado fundamental que requiere manifestarse sin cesar mediante actos que correspondan, y que toda la vida espiritual debe ser el desarrollo del espíritu de adopción divina, espíritu que hemos recibido en el bautismo por la virtud de Cristo Jesús.
Beato Columba Marmion
Además, la practica general de esta devoción, tiende, en último análisis, a volver al Señor amor por amor: Movet nos ad amandum mutuo(1); a coger toda nuestra actividad para penetrarla de amor con el fin de complacer a Cristo Jesús; los ejercicios particulares no son sino proyectos para expresar a nuestro divino maestro esta reciprocidad de amor.
Éste es un efecto preciosísimo de esta devoción. Porque toda la religión cristiana se orienta para nosotros hacia ese punto: entregarnos por amor al servicio de Cristo y, por él al Padre y su común Espíritu. Este punto es de una importancia capital, y quiero, para terminar esta meditación hacer algunos comentarios.
Es una verdad, confirmada por la experiencia de las almas, que nuestra vida espiritual depende, en gran parte, de la idea que nos hacemos habitualmente de Dios.
Hay entre nosotros y Dios relaciones fundamentales, basadas en nuestra naturaleza de criatura; existen relaciones morales que resultan de nuestra actitud hacia él y ésta actitud es, la mayor parte del tiempo, condicionada por la idea que tenemos de Dios.
Si nos hacemos de Dios una idea falsa, nuestros esfuerzos para avanzar serán a menudo vanos y estériles, porque se producirán fuera del camino; si tenemos una idea incompleta, nuestra vida espiritual estará llena de lagunas y de imperfecciones; si nuestra idea de Dios es verdadera –tan verdadera como sea posible aquí abajo a una pretura que vive de la fe, nuestra alma se abrirá, con toda certeza a la luz.
Esta idea habitual que nos hacemos de Dios es, pues, la llave de nuestra vida interior, no sólo porque regula nuestra conducta hacia Él, sino también porque, a menudo, determina la actitud de Dios mismo respecto de nosotros; en muchos casos, Dios nos trata como lo tratamos.
Pero, me dirán, la gracia santificante no hace de nosotros hijos de Dios? Ciertamente, sin embargo, en la práctica, hay almas que no actúan como hijos adoptivos del Padre eterno. Se diría que esta condición de hijos de Dios no tiene para ellos sino u valor nominal; no comprenden que ese es un estado fundamental que requiere manifestarse sin cesar mediante actos que correspondan, y que toda la vida espiritual debe ser el desarrollo del espíritu de adopción divina, espíritu que hemos recibido en el bautismo por la virtud de Cristo Jesús.
Beato Columba Marmion
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