En la Argentina: AYUNO y ABSTINENCIA
El cuadro austero y penitencial de los Oficios que preceden a las grandes solemnidades, deja traslucir muchas veces la alegría juntamente sobria y grata de una espera. Este matiz es el que distingue a las lecturas y a los cantos de la Vigilia de la Asunción; en él descubrimos la acción misteriosa de una gracia preveniente. Pero esta vez no son los ritos ni las palabras los primeros que despiertan en nosotros esta eufonía. La alegría brota del fondo del corazón y se saborea en silencio en lo íntimo del alma.
El cristiano se prepara hoy a festejar a su "Madre". Madre suya es ciertamente, ya que María es verdadera Madre para cada uno de los hermanos de su Hijo. Medianera y tesorera de todas las gracias, es además instrumento dócil y perfectamente adaptado para transmitirle la vida sobrenatural con sus incomparables riquezas. Pero María es también la Madre por excelencia, la Madre única y perfecta, la Madre virginal y total: en una palabra que lo dice todo: es la Madre de Dios.
Mañana veremos qué es lo que movió a la piedad cristiana a celebrar este "día natalicio" de Nuestra Señora y a conmemorar su entrada triunfal en cuerpo y alma en el Reino de la gloria celestial. Nuestra obligación por el momento consiste en pensar en nuestra Madre y prepararnos con todos los Santos del cielo y de la tierra y, mejor aún, con Dios mismo, a celebrarla dignamente.
Celebrar las fiestas de una madre en este mundo es honrarla el día consagrado al Santo o a la Santa cuyo nombre ella lleva. Tratándose de María, es cosa completamente distinta. Su fiesta no es la de otra Santa que ella pudiera tener por Patrona. Es únicamente su fiesta, de Ella sola. Lo que la Iglesia se prepara a celebrar, es la coronación de su propia santidad. No habrá más que un solo homenaje para la que es al mismo tiempo la Madre y la Santa.
Más aún: la santidad personal de María consiste en ser la Madre perfecta que Dios quiso para su Hijo y para nosotros. Tal es su maravillosa vocación. Por un privilegio inaudito y conmovedor la perfección de la caridad en que para cada uno de nosotros depende la santidad, es en ella la perfección del amor materno. Amar a Dios es para María amar a su Hijo. Tratándose de ella, celebrar la fiesta de la Madre y de la Santa es Honrarla por la misma y única perfección, alabarla por el mismo y único amor. También en nosotros el alabarla será un solo acto de nuestra piedad religiosa y filial.
El alma que quiere honrar a María, tiene primeramente que cumplir en esta vigilia de la fiesta dos condiciones: ser muy pura y rica de amor. La gracia de los Sacramentos realizará en ella estas santas disposiciones, y la Iglesia, imagen visible y viva de la Reina de los cielos, guiará sus afectos a través de los pensamientos que el Espíritu de Dios la sugiera.
MISA
La vigilia de la Asunción no aparece en nuestros libros litúrgicos hasta fines del siglo vm. Desde entonces han cambiado todas las piezas de la Misa, menos las oraciones. Las piezas aludidas se hallan en otras muchas Misas de Nuestra Señora; pero, joyas admirables, brillan con esplendor más puro en la aurora del triunfo en que se muestran hoy.
El Introito Vultum tuum, tomado de la Misa de las vírgenes, primitivamente se cantaba el día mismo de la Asunción. Cuando unos siglos más tarde le sustituyó el Gaudeamus, entonces pasó el Valtum tuum a la Misa de la vigilia, que al principio comenzaba por el Salve sancta Parens. Este texto del Vultum tuum, súplica delicada a la "Toda Hermosa" cuya fiesta se va a celebrar, forma una atmósfera de gracia, de humildad, de oración y de pureza que luego se ilumina de esplendor y de alegría radiantes.
INTROITO
Implorarán tu favor todos los ricos del pueblo: las vírgenes serán presentadas al Rey después de ella: sus compañeras serán presentadas a ti con alegrüj) y con júbilo. — Salmo: Brota de mi corazón una palabra buena: dedico mis obras al Rey. T. Gloria al Padre. La Colecta que ya asignaron a esta vigilia las copias del Sacramentarlo gregoriano transcritas en el siglo ix, se distingue por condensar en pocas palabras, como era costumbre, los pensamientos que deben alimentar nuestra devoción en este día. El principio evoca en términos delicados la Maternidad divina y virginal de María, fundamento y cumbre de todas sus grandezas. La segunda parte implora una gracia de protección y de alegría. Con tranquilidad, pues, con alegría de niño y debajo del amparo de María, debemos celebrar su fiesta.
COLECTA
Oh Dios, que te dignaste elegir el seno virginal de la bienaventurada María, para habitar en él: haz, te suplicamos, que, protegidos con su defensa, asistamos gozosos a su festividad. Tú, que vives.
EPISTOLA
Lección del libro de la Sabiduría íEcli., XXIV, 23-31).
Yo, como la vid, exhalo suave olor: y mis flores dan frutos de gloria y de riqueza. Yo soy la madre del amor hermoso y del temor y de la ciencia y de la santa esperanza. En mí está la gracia de todo camino y de la verdad: en mí toda esperanza de la vida y de la virtud. Venid a mí, todos los que me desdáis, y seréis colmados de mis frutos. Porque mi espíritu es más dulce que la miel, y mi herencia más que la miel y el panal. Mi memoria durará por todos los siglos. Los que me coman, tendrán aún más hambre: y, los que me beban, tendrán todavía más sed. El que me escuche, no será confundido: y los que obren movidos por mí, no pecarán. Los que me den a conocer, tendrán la vida eterna.
Los versículos que hoy forman la Epístola, desde el siglo vin estaban asignados a una Misa marial. No parece que lo estuviesen desde el principio a la vigilia de hoy. La extrema variedad de los documentos que conocemos como más antiguos, no nos permite señalar en este punto el uso primitivo. Confesamos que la Epístola de la Misa actual se adapta maravillosamente a las circunstancias. La Iglesia previó ya que, al llegar a María, nos sería imposible expresarla nuestra enhorabuena. Y sí es María misma la primera que habla, adelantándose a todas nuestras felicitaciones. Las palabras que nos dirige son las de la divina Sabiduría, cuya Madre y Trono es ella. Abramos de par en par nuestro espíritu amor EL TIEMPO DESPUES DE PENTECOSTES . y nuestro corazón para que estas llamadas del penetren en lo más hondo de nuestro ser.
El Gradual está sacado del Común de las fiestas de Nuestra Señora: en él se cantan también con ternura y admiración la pureza virginal y la Maternidad divina de María.
GRADUAL
Bendita y venerable eres, oh Virgen María: que, sin mancha del pudor, fuiste Madre del Salvador. T. Oh Virgen, Madre de Dios: Aquel a quien todo el orbe no puede contener, se encerró, hecho hombre, en tus entrañas.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Lucas (LE., XI, 27-28).
En aquel tiempo, hablando Jesús a las turbas, levantando la voz una mujer de la turba, le dijo: Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron. Pero El dijo: Bienaventurados más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan.
Este Evangelio se lee en todas las Misas de la Virgen. Pero en la Misa de la vigilia se introdujo desde un principio de un modo particular. Primitivamente se recitaba el mismo día de la Asunción, a continuación de la escena de Marta y María, tomada también de la Misa de las vírgenes. Esta adición era un modo delicado y muy sugestivo de aplicar a la Madre de Dios el elogio que Cristo hizo de la vida contemplativa. Pero tal enlace ingenioso dejó de comprenderse al correr de los siglos y, por eso, al instituirse la Vigilia, se dividió el díptico admirable reservando para ella la perícopa marial.
Tenemos que reconocer, por lo menos, que encaja admirablemente en esta Misa. Continúa y amplifica el tema que ha servido de pasto a la Epístola. Pero esta vez es la Sabiduría Encarnada, el propio Hijo de María el que en un lenguaje misterioso ensalza las grandezas sublimes de su Madre. Esta escena evangélica es tan conocida, que no es necesario recordar su profundo sentido. En esta Madre perfecta, a quien acaba de aclamar una pobre mujer, el Salvador nos invita a admirar más que nada la disposición de fe y de fidelidad que hizo de ella el instrumento dócil de los más altos designios de Dios. En ella, la fe no sólo trasladó las montañas: engendró a un Dios. Es la obra cumbre de toda la creación, a la cual sólo podía cooperar la humilde y obediente "esclava" del Señor.
A la bienaventuranza de la fe recordada por el Evangelio, el Ofertorio añade la bienaventuranza de la virginidad. En ambos casos, una transparencia completa hace que el alma y el cuerpo acojan perfectamente la luz de la gracia, germen divino de una fecundidad misteriosa.
OFERTORIO
Bienaventurada eres tú, oh Virgen María, que llevaste al Creador de todas las cosas: engendraste al Que te hizo, y permaneces Virgen eternamente.
La Secreta es sin duda ninguna la pieza por la que más se distingue la Misa de este día. Merecería un extenso comentario si no hubiésemos de volver a insistir pronto sobre la importante doctrina que expone. Hasta ahora la Iglesia tan sólo había hablado de las grandezas de Maria; y ahora, con motivo del triunfo que las corona, la asigna el título de Abogada, que la Madre de Dios cumple en el cielo en favor nuestro. Ello indica de modo claro que la glorificación total de María, igualmente que la del Señor, ha precedido a la resurrección general para garantizar plenamente la redención y la salvación de los hombres.
SECRETA
Recomiende, Señor, nuestros dones ante tu clemencia la oración de la Madre de Dios: a la cual trasladaste de este mundo precisamente para que interceda confiadamente ante ti por nuestros pecados. Por el mismo Nuestro Señor Jesucristo.
COMUNIÓN
Bienaventuradas las entrañas de la Virgen María, que llevaron al Hijo del Padre eterno.
Después de la Antífona de la Comunión, pura reminiscencia del Evangelio, la última Oración reviste una forma más común, al menos tal cual hoy la tenemos. Pero sus últimas palabras contienen una alusión implícita al misterio de la resurrección corporal de María, ya que piden para nosotros una gracia de resurrección espiritual. El texto primitivo de esta oración era más exacto.
En lugar de festivitatem praevenimus (nos adelantamos a la fiesta), antiguamente se leía réquiem, celebramus (celebramos el reposo). Esta alusión relacionaba de un modo particular la vigilia con el recuerdo de la muerte (de la Dormición, decían los griegos) de María. Nuestra meditación ¿no podría realizar esta tarde el sueño legendario de los viejos relatos apócrifos? Trasladaría nuestros pensamientos y nuestros corazones junto a nuestra Madre, que entrega su alma a Dios en un suspiro de amor. Instante dichoso que acaba y consuma la continua Asunción de la Inmaculada y de la llena de gracia en la eterna visión, donde comprende por fln lo que es una Madre de Dios.
POSCOMUNION
Concede, oh Dios misericordioso, tu ayuda a nuestra flaqueza: para que, los que prevenimos la fiesta de la santa Madre de Dios, con el auxilio de su intercesión nos levantemos de nuestras iniquidades. Por el mismo Nuestro Señor Jesucristo.
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