RUINA DEL CULTO ANTIGUO. — La ruina de Jerusalén ha clausurado el ciclo profético en su parte consagrada a las instituciones y a la historia del tiempo de los símbolos. El altar del verdadero Dios, fijado por Salomón en el monte Moria, era para el mundo antiguo el título auténtico de la verdadera religión. Aún después de la promulgación del nuevo Testamento, la existencia permanente de este altar, reconocido antes por el Altísimo como el sólo legítimo, podía, hasta cierto punto, disculpar a los partidarios retrasados del antiguo orden de cosas. Después de su destrucción definitiva, no hay excusa alguna; hasta los más ciegos se ven obligados a reconocer la abrogación completa de una religión, reducida por el Señor a la imposibilidad de ofrecer nunca jamás los sacrificios que constituían su esencia.
Las atenciones que la delicadeza de la Iglesia guardaba hasta ahora con la sinagoga que expiraba, ya no tienen razón de ser. Con plena libertad irá a las naciones para someter con el poder del Espíritu Santo, sus indómitos instintos, para unificarlas en Jesucristo, y ponerlas por medio de la fe en la posesión sustancial, aunque no visible todavía, de las eternas realidades que anunciaba la ley de las figuras.
EL NUEVO CULTO. — El Sacrificio nuevo, que no es sino el de la Cruz y el de la eternidad, aparece cada vez más como el centro único en donde su vida se afirma en Dios con Cristo su Esposo, y de donde surge la actividad que desarrolla para convertir y santificar a los hombres de las sucesivas generaciones. La Iglesia, cada vez más fecunda, permanece estabilizada más que nunca en la vida de unión, de donde la viene esta admirable fecundidad.
LAS ENSEÑANZAS DE LA LITURGIA. — No hemos, pues, de admirarnos si la Liturgia, que es la expresión de la vida íntima de la Iglesia, refleja ahora mejor que nunca esta estabilidad de la unión divina. En la serie de semanas que se van a seguir, desaparece toda gradación en las fórmulas preparatorias del Sacrificio. Entre las mismas lecturas del Oficio de la noche, a partir del mes de Agosto, los libros históricos han cedido o van a ceder su lugar a las enseñanzas de la divina Sabiduría, que pronto irán seguidas de los libros de Job, Tobías, Judit, Ester, sin otra unión entre ellos que la santidad en precepto o en obra. Ni se advierte, como hasta aquí, la conexión entre las lecturas y la composición de las Misas del Tiempo después de Pentecostés.
Por tanto, nos limitaremos en adelante a comentar la Epístola y el Evangelio de cada Domingo, confiando como la Iglesia, al Espíritu divino el cuidado de hacer nacer y desarrollarse en cada uno como le plazca la doctrina de formas tan variadas que ella sembrará de acuerdo con él. Este comentario resalta en la Epístola del día.
El gran suceso que debía señalar el cumplimiento de las profecías derribando las fronteras judías, acaba de afirmar de una manera admirable la universalidad del reino del Espíritu santificador; en efecto, desde el glorioso día de Pentecostés ha conquistado la tierra; y la Iglesia, sin inquietarse en adelante por seguir un orden lógico en las enseñanzas de su Liturgia, se propone confiar menos en un método cualquiera para reformar las almas, que en la virtud con- í junta del Sacrificio y de la palabra santa, puesta divinamente en movimiento por la espontaneidad del Espíritu de amor.
Este Domingo puede ser el segundo de la serie dominical que en otros tiempos tenía su punto de partida en la fiesta de San Lorenzo, y llevaba su nombre (Post Sancti Laurentii), de la solemnidad del gran diácono mártir. Llámasele por otro nombre el Domingo de la humildad o del Fariseo y del Publicarlo, por el Evangelio del día. Los griegos lo cuentan por el décimo de San Mateo; leen en él el episodio del Lunático, sacado del Capítulo XVII de este Evangelista.
M I S A
La confianza humilde y suplicante que la Iglesia pone en el socorro de su Esposo, la preservará siempre de las bajezas a que ha descendido la envidia perseguidora y el orgullo de la sinagoga. Exhorta a sus hijos a imitarla en sus solicitudes, y no cesa de hacer subir hacia el cielo los suspiros de su oración.
INTROITO
Cuando clamé al Señor, escuchó mi voz, y me libró de los que me perseguían: y los humilló el que es antes de los siglos, y permanece para siempre: deposita tu pensamiento en el Señor, V. El te sustentará. — Salmo: Escucha, oh Dios, mi oración, y no despreciéis mi súplica: atiéndeme, y oyéme. V. Gloria al Padre.
Siempre con la emoción de la justicia admirable ejercida contra el pueblo judío, la Madre común recuerda a Dios que las maravillas de la misericordia y de la gracia muestran aun más su omnipotencia; en la Colecta pide una efusión abundante de esta gracia sobre el pueblo cristiano. Mas ¡qué grandeza la suya! ¡de qué sublimidad dió muestras la actitud de la Iglesia, antiguamente sobre todo, por estar más cerca de los acontecimientos, cuando, en respuesta al relato que le hizo su Esposo de la venganza tan terrible que, como nunca, ejerció la justa cólera de su Padre, ella, verdadera Esposa y Madre, se atreve a comenzar por estas palabras: Deus qui omnipotentíam tuarn PARCENDO MÁXIME ET MISERANDO manif estas!
COLECTA
Oh Dios, que manifiestas tu omnipotencia, sobre todo perdonando y teniendo piedad: multiplica sobre nosotros tu misericordia; para que, corriendo hacia tus promesas, nos hagas participes de los bienes celestiales. Por nuestro Señor.
EPISTOLA
Lección de la Epístola del Ap. S. Pablo a los Corintios. (1.* XII, 2-11).
Hermanos: Sabéis que, cuando erais gentiles, ibais, como erais llevados, a los ídolos. Por tanto, os hago saber que nadie, que habla inspirado de Dios, maldice de Jesús. Y nadie puede decir: Señor, Jesús, si no es en el Espíritu Santo. Hay ciertamente diversidad de gracias, pero el Espíritu es uno mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Y hay diversidad de operaciones, pero uno mismo es el Dios que obra todo en todos. Y a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para utilidad (de los demás). A uno se le da por el Espíritu la palabra de la sabiduría: y a otro, la palabra de la ciencia, según el mismo Espíritu: a otro, la fe en el mismo Espíritu: a otro, la gracia de sanar en un solo Espíritu: a otro, la realización de milagros; a otro, la profecía; a otro, la discreción de espíritus; a otro, el don de lenguas; a otro, la interpretación de palabras. Pero todas estas cosas las obra un solo e idéntico Espíritu, repartiéndolas en cada cual según quiere.
VIRTUDES Y CARISMAS. — "Los Capítulos XII, XIII y XIV de la primera Epístola a los Corintios, tratan del uso de los dones del Espíritu Santo. La Iglesia y las almas que la componen, son animadas por el Espíritu de Dios; mas la influencia del Espíritu de Dios se ejerce a la vez con miras a nuestra santificación personal y a la edificación del prójimo. Por esto existen los dones del Espíritu Santo, que son el coronamiento de las virtudes, los cuales constituyen en el alma un tesoro de flexibilidad, de docilidad interior al impulso del Espíritu de Dios, en vista de la oración, del pensamiento y de la obra, cuando oración, pensamiento y obra se elevan por encima de la capacidad humana. Mas también existen dones espirituales, que son en nosotros los frutos de una actividad superior a la nuestra, y que directamente se ordenan a la edificación del prójimo. La efusión de estos últimos, los dones carismáticos, fué abundante en los comienzos de la Iglesia, porque la Iglesia no tenía historia; actualmente es menos frecuente, porque la historia y la actividad de la Iglesia la aventajan con mucho. Estos dones espirituales constituían así la dote exterior de la Iglesia hasta el día que no la necesitase; y servían de señal a los más distraídos, de que el Espíritu del Señor estaba en ella y guiaba sus miembros.
"En la Secunda Secundae, cuestión CLXXI, el Doctor Angélico habla de estas gracias gratis datae, y distingue: las que esclarecen la inteligencia, a las que da el nombre genérico de profecía; las que tienen por objeto la palabra y comunicación de la verdad, como el don de lenguas; y, por fin, las que se refieren a la obra, las cuales designa con término común: de don de milagros. Estos carismas son diversos, mas todos proceden de una misma fuente y de un mismo Espíritu; los ministerios son distintos, pero, con todo eso, no existe más que un solo Señor; las funciones son diferentes, mas, sin embargo de eso, no hay sino un solo Dios, que lo hace todo en cada uno de nosotros; y cada uno recibe de un mismo centro, su energía sobrenatural especial para la edificación común.
"Sigúese a continuación la enumeración de los dones espirituales: a uno da el Espíritu de Dios, mirando la utilidad interna y externa de la Iglesia, el poder de hablar sabiamente y de exponer los misterios más ocultos de Dios y de sus obras; a otro el poder o la facultad de demostrar la ciencia y de enseñar la doctrina, pero según el mismo Espíritu. Un tercero recibirá, más siempre del mismo Espíritu, esa fe vigorosa que produce los milagros y traslada las montañas; y consistirá para algunos, siempre en el mismo Espíritu, en curaciones milagrosas, prodigios, profecías, discernimiento de espíritus, don de lenguas y su interpretación, en una palabra, todos los dones carismáticos. Cualquiera que sea el número, proceden de un solo y mismo Espíritu, que reparte a cada cual lo que le place".
Como conclusión práctica, citaremos estas palabras que resumen la doctrina del Apóstol: Estimad en sí mismos todos estos dones como obra del Espíritu Santo, que con ellos enriquece el cuerpo social de modo tan diverso; no despreciéis ninguno; mas, cuando os encontréis con ellos, estimad como mejores¿ aquellos que más sirven para la edificación de la Iglesia y de las almas.
En fin, y sobre todo, prestemos atención a lo que a continuación nos dice San Pablo: "¡Os mostraré un camino aún más excelente!' Aunque hablase todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, aunque tuviese el don de profecía y conociese todos los misterios y todas las ciencias, aunque tuviese tal fe que trasladase los montes; si no tuviera caridad, no serla ni me serviría de nada. La profecía desaparecerá, cesarán las lenguas, la ciencia se desvanecerá ante la luz; la caridad en cambio no desaparecerá, pues es la más excelente de ellas".
En el Gradual, la Iglesia menciona de nuevo la confianza de Esposa que tiene en la ayuda de su Dios; fortalecida con el amor que la profesa y que la dirige a través de los caminos de la equidad, no tiene miedo alguno a sus juicios. El Versículo exalta la gloria del Esposo en Sión; mas aquí, y desde ahora para siempre, no se trata sino de la verdadera Sión, de la nueva Jerusalén.
GRADUAL
Guárdame, Señor, como la pupila del ojo: protégeme bajo la sombra de tus alas. J. Salga de tu boca mi juicio: vean tus ojos la equidad. Aleluya, aleluya. X'. A Ti, oh Dios, conviene el himno en Sión: y a Ti se harán votos en Jerusalén. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según S. Lucas. (XVIII, 9-14).
En aquel tiempo, dijo Jesús a unos que se creían justos, y despreciaban a los demás, esta parábola: Dos hombres subieron al templo, a orar: uno fariseo, y el otro publicano. El fariseo, de pie, oraba para sí de este modo: Oh Dios, te doy gracias, porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros: ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces a la semana; doy los diezmos de todo lo que poseo. Y el publicano, estando lejos, no quería ni levantar los ojos al cielo: sino que golpeaba su pecho, diciendo: Oh Dios, ten misericordia de mí, que soy un pecador. Yo os digo: Este es el que volvió a su casa justificado, en vez del otro: porque, todo el que se ensalza, será humillado: y, todo el que se humilla, será ensalzado.
JUDÍOS Y GENTILES. — El Venerable Beda, en su comentario sobre este pasaje de San Lucas, explica el misterio de este modo: "El Fariseo, representa al pueblo judío, que, ufano de la ley, ensalza sus méritos; el publicano representa al pueblo gentil, que, alejado de Dios, confiesa sus pecados. El orgullo del primero hace que sea humillado; el otro, levantado por sus gemidos, merece ser alabado. Por esto se halla escrito en otro lugar de estos dos pueblos, como de todo humilde y de todo soberbio: "La exaltación del corazón precede a la ruina, y la humillación del hombre a su gloriosa exaltación".
No podría, pues, elegirse en el sagrado Evangelio una enseñanza que conviniere mejor que ésta después del relato de la ruina de Jerusalén. Los fieles de la Iglesia que la vieron, en sus primeros días, humillada en Sión ante la arrogancia de la sinagoga, comprenden ahora estas palabras del Sabio: Más vale ser humillado con los humildes, que tomar parte en el reparto de los despojos con los soberbios. Según otra expresión de la lengua del judío, aquella lengua que difamaba al publicano y condenaba al gentil, se convirtió en su boca como en una vara de orgullo que le ha castigado a su vez atrayendo sobre él la ruina. Mas la gentilidad, adorando la justicia vengadora del Señor y ensalzando sus bondades, debe evitar tomar el camino por el que se ha extraviado el pueblo infortunado, cuyo puesto ocupa ella. La culpa de Israel ha originado la salvación de las naciones, dice San Pablo, pero su orgullo sería causa de su perdición; y, mientras a Israel le aseguran sus profecías un retorno a la gracia, al fin de los tiempos, nada promete a las naciones vueltas a los crímenes después de su bautismo, una nueva llamada de la misericordia. Si ahora el poder de la eterna Sabiduría hace que los gentiles produzcan frutos de gloria y honor no por eso se olviden de su anterior esterilidad; entonces la humildad, que sólo puede conservarlos, como poco ha, atrajo sobre ellos las miradas del Altísimo, les será cosa fácil, y a la vez comprenderán la benevolencia de que, a pesar de sus pecados, debe ser rodeado el pueblo antiguo.
LA HUMILDAD. — La humildad, que produce en nosotros saludable temor, es una virtud que coloca al hombre en su verdadero lugar, en su propia estima, ya con relación a Dios, ya con relación a sus semejantes. Se basa en el conocimiento íntimo, causado por la gracia en nuestro corazón, de que Dios lo es todo en el hombre, y de la vacuidad de nuestra naturaleza, puesta por el pecado por debajo de la nada. La sola razón basta para dar a quien reflexione un instante, la convicción de la nada de toda criatura; mas en forma de conclusión puramente teórica, esta convicción no constituye la humildad, pues se impone al demonio en el infierno, y el despecho que le inspira, es el elemento más activo que excita la rabia de este príncipe de los orgullosos. No menos que la fe, que nos revela lo que es Dios en el orden del fin sobrenatural, la humildad, que nos enseña lo que somos en presencia de Dios, tampoco procede de la pura razón ni reside en sola la inteligencia; para que sea una virtud verdadera, debe recibir su luz de lo alto y mover nuestras voluntades en el Espíritu Santo. A la vez que hace penetrar en nuestras almas la noción de su pequeñez, el Espíritu divino las inclina suavemente a aceptarla, al amor de esta verdad, que la sola razón estaría tentada de considerar como algo importuno.
Meditemos estos pensamientos; de este modo comprenderemos mejor cómo los mayores santos han sido aquí abajo los más humildes de los hombres, puesto que sucede lo mismo en el cielo, ya que la luz en los elegidos crece en proporción a su gloria. Junto al trono de su divino Hijo, como en Nazaret, Nuestra Señora es la más humilde de las criaturas, puesto que es la más iluminada y comprende mejor que los querubines y serafines, la grandeza de Dios y la nada de la criatura.
La humildad es la que da a la Iglesia la confianza de que da pruebas en el Ofertorio. Esta virtud, en efecto, hace sentir al hombre su debilidad, a la vez que le muestra el poder de Dios, que tan presto está siempre a salvar a los que le invocan.
OFERTORIO
A Ti, Señor, elevo mi alma: en Ti confío, Dios mío, no sea yo avergonzado: ni se burlen de mi mis enemigos: porque, todos los que esperan en Ti, no serán confundidos.
La Misa es a la vez el sumo honor que puede rendirse a la divina Majestad, y el remedio supremo de nuestras miserias. Esto es lo que expresa la Secreta.
SECRETA
Acepta, Señor, estos sacrificios a Ti dedicados, los cuales hiciste que fueran ofrecidos de tal modo en honor de tu nombre, que sirviesen al mismo tiempo de remedio nuestro. Por nuestro Señor.
La Antífona de la Comunión canta la oblación pura, justa, que ha reemplazado a las víctimas de la ley mosaica en el altar del Señor.
COMUNIÓN
Aceptarás, Señor, sobre tu altar el sacrificio de justicia, las oblaciones, y los holocaustos.
La incesante reparación que hallamos para nuestras miserias en el augusto Sacramento, seria de poco provecho si la divina bondad no nos prestase continuamente su ayuda con las gracias actuales, que conservan y acrecientan sin fin los tesoros del alma. Pidamos en la poscomunión este socorro que nos es tan necesario.
POSCOMUNION
Suplicárnoste, Señor, Dios nuestro, no prives benigno de tus auxilios a los que no cesas de reparar con tus divinos sacramentos. Por nuestro Señor.
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