El admirable obispo san Rosendo, nació
de una de las más ilustres casas de Galicia y Portugal, y fué hijo de los
condes don Gutiérrez de Arias y doña Aldara. Procuró con gran cuidado las
bondadosa madre inclinar al niño a las virtudes cristianas y educarle en las
letras como a su calidad convenía; y se adelantó de manera en la piedad y en el
estudio de las ciencias humanas y sagradas, que habiendo vacado el obispo de
Dumio, todo el clero y el pueblo hicieron la elección de prelado en Rosendo que
contaba a la sazón diez y ocho años. La poca edad e inexperiencia que él
alegaba- para huir de aquella dignidad, supliólas ventajosamente con su
santidad y maravillosa prudencia. Todos los días predicaba al pueblo la palabra
de Dios: mostrábase padre y tutor de los pobres a quienes repartía por su mano
largas limosnas, y con su celo apostólico reformó las costumbres de toda su
diócesis. A instancias del rey don Sancho tomó el gobierno de la Iglesia de
Compostela, en la cual hizo el copioso fruto que el rey deseaba. Invadieron por
este tiempo los normandos a Galicia, y los moros a Portugal: y estando el rey
don Sancho ausente, congregó nuestro santo prelado Rosendo, un poderoso
ejército, y animando a las tropas con aquellas palabras de David: Ellos en
carros y caballos, y nosotros en el nombre del Señor, arrojó a los normandos de
Galicia, y reprimió a los árabes alcanzando de ellos un glorioso triunfo, por
el cual fué recibido en Compostela con grandes demostraciones de júbilo, como a
vencedor asistido del cielo. Mas suspirando el santo por la soledad, edificó en
el pueblo del Villar el célebre monasterio de Celanova, uno de los más
magníficos de la Religión benedictina, donde sirvieron a Dios muchos monjes de
sangre noble y de vida santísima. Dióles por padre a Franquila, abad del
monasterio de san Esteban, y muerto este Santo varón, todos eligieron a san
Rosendo. Algunos obispos y abades renunciaron la dignidad, y muchos señores
nobles las grandezas del mundo, para tomar el hábito de manos del santo, y
ponerse debajo de su paternal gobierno. El Señor acreditaba su santidad con el
don de milagros, los cuales fueron tantos en número, que de ellos se compuso un
códice que se conservó en el monasterio de Celanova. Finalmente, a los setenta
años de su vida santísima, envuelto en su cilicio, rociado de ceniza y visitado
de los ángeles, entregó su espíritu Si Creador.
Reflexión: En la hora en que murió el
santo, preguntándole los monjes anegados en lágrimas a qué superior les
encomendaba, respondió: «Confiad, hijos míos, en el.Señor: poned en él vuestra
confianza, que no os dejará huérfanos. Os encomiendo _ a Jesucristo, que os
redimió con su preciosa sangre, y os congregó en este lugar». Bajo su amparo
nos hemos de poner también nosotros continuamente pero sobre todo en tiempo de
tentación. ¿Qué mejor ayuda? ¿Qué mayor fortaleza para nuestra alma? «Si
vinieren ejércitos contra mí, no temerá mi corazón. Si arreciare la batalla, en
El confiaré», dice el profeta. Y a la verdad ¿quién podrá contra nosotros, si
está de nuestro lado el Señor? ¿Acaso la tentación? ¿Acaso las angustias?
¿Acaso los trabajos? «Estoy cierto, decía el apóstol san Pablo que confiaba en
el Señor, que ni la tribulación, ni el hambre, ni las persecuciones serán
capaces de vencerme y separarme de la caridad de Cristo.» En él venceremos
también nosotros.
Oración: Suplicámoste, Señor Dios, que
favorezcas a tus siervos por los gloriosos méritos de tu confesor y pontífice
Rosendo, para que por su intercesión seamos siempre protegidos en todas
nuestras adversidades. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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