«Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos y rehúsa el consuelo, porque ya no viven» (Mt 2,18).
Nace un niño pequeño, un gran Rey. Los magos son atraídos desde lejos; vienen para adorar al que todavía yace en el pesebre, pero que reina al mismo tiempo en el cielo y en la tierra. Cuando los magos le anuncian que ha nacido un Rey, Herodes se turba, y, para no perder su reino, lo quiere matar; si hubiera creído en él, estaría seguro aquí en la tierra y reinaría sin fin en la otra vida.
¿Qué temes, Herodes, al oír que ha nacido un Rey? Él no ha venido para expulsarte a ti, sino para vencer al Maligno. Pero tú no entiendes estas cosas, y por ello te turbas y te ensañas, y, para que no escape el que buscas, te muestras cruel, dando muerte a tantos niños.
Ni el dolor de las madres que gimen, ni el lamento de los padres por la muerte de sus hijos, ni los quejidos y los gemidos de los niños te hacen desistir de tu propósito. Matas el cuerpo de los niños, porque el temor te ha matado a ti el corazón. Crees que, si consigues tu propósito, podrás vivir mucho tiempo, cuando precisamente quieres matar a la misma Vida.
Pero aquél, fuente de la gracia, pequeño y grande, que yace en el pesebre, aterroriza tu trono; actúa por medio de ti, que ignoras sus designios, y libera las almas de la cautividad del demonio. Ha contado a los hijos de los enemigos en el número de los adoptivos.
Los niños, sin saberlo, mueren por Cristo; los padres hacen duelo por los mártires que mueren. Cristo ha hecho dignos testigos suyos a los que todavía no podían hablar. He aquí de qué manera reina el que ha venido para reinar. He aquí que el liberador concede la libertad, y el salvador la salvación.
Pero tú, Herodes, ignorándolo, te turbas y te ensañas y, mientras te encarnizas con un niño, lo estás enalteciendo y lo ignoras.
¡Oh gran don de la gracia! ¿De quién son los merecimientos para que así triunfen los niños? Todavía no hablan, y ya confiesan a Cristo. Todavía no pueden entablar batalla valiéndose de sus propios miembros, y ya consiguen la palma de la victoria.
Sermón 2 sobre el Símbolo: PL 40, 655 (Liturgia de las Horas).
San Quodvultdeus, obispo
Padre de la Iglesia del siglo V.
¿QUIÉN FUE SAN QUODVULTDEUS?
Quodvultdeus fue obispo de Cartago (norte de África). Discípulo de San Agustín. Fue exiliado con sus sacerdotes de Cartago cuando los vándalos arrianos capturaron la ciudad en 439. Continuó su ministerio en Nápoles y luchó contra el pelagianismo. Murió en Nápoles, no pudiendo regresar al África por causa de los arrianos.
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